Blanca Álvarez Herrero y Aïda Esteve Birba
En su afán de estudiar demasiadas cosas y complicarse la vida y las ilusiones, Blanca y Aïda coincidieron hace años en un master de comisariado en nuevos medios. Ellas, de corazón analógico, perdidas entre tanta tecnología, se encontraron.
Una filóloga, otra del mundo de la publicidad y las relaciones públicas, una de clara y otra de caña, una más de ir saltando vallas, la otra más de pensar antes que disparar. Pero las dos historiadoras del arte y amantes de discusiones filosóficas de terraza y copa de vino. Sin postureo, sin pretensiones. Siempre desaprendiendo y avanzando.
Viven entre dos mundos, tal como Batman y Robin, de día salvan sus facturas con trabajos que aquí no vienen al caso, y de noche planean maléficamente como atentar contra la institucionalización del arte actual. Se declaran ignorantes del arte y a menudo se sienten outsiders del arte contemporáneo, de los textos expositivos que no llevan a nada y son demasiado complejos para ser entendidos por el 99,5% del público. Al arte contemporáneo le falta baile y le sobra un poco de ARCO.
Les gusta aplaudir los proyectos que piensan en el público más que en la crítica. En una reflexión posible más que en un discurso filosófico-pasivo. Defensoras de un arte menos complicado y más cercano, un día decidieron que si no les gustaba lo que veían, debían salir de la cueva y hacerlo ellas mismas. Y aquí están, sin muchas pretensiones, experimentando.